Además de los factores personales que pueden incidir en la falta de espacios para el juego, existe un fuerte componente social. En las ciudades los espacios públicos se han convertido en lugares “poco seguros” para el esparcimiento de los niños. Es cada vez más raro encontrarlos jugando al aire libre. Sumado a esto los edificios avanzan y los espacios verdes retroceden. También existe una profunda desvalorización del juego a nivel social por considerarlo “tiempo improductivo”, tiempo en el que no se genera dinero.
Como consecuencia de estos factores el juego se ha vuelto más individual y hacia el interior de cada casa. Pero entonces...¿por qué jugar? ¿qué rol tiene el juego en la formación de los niños?
En una sociedad que muchas veces nos propone el exitismo, donde lo valorado es la mejor forma de hacer trampa, de tomar ventaja, medirse en función de los errores del otro, el juego, en cambio, nos propone una lógica superadora.
En primer lugar es importante tener en cuenta que la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño (art.31) plantea que “Los Estados Partes reconocen su derecho de la niñez al descanso y la diversión, a jugar y a realizar actividades recreativas apropiadas para la edad, y a participar libremente en la vida artística y cultural”. Entonces, jugar es un derecho de los niños que debe ser respetado y protegido.
El juego es una herramienta que promueve el desarrollo de habilidades sociales, emocionales e intelectuales a lo largo de la vida de una persona. Entre ellas podemos destacar la posibilidad de diversión en ámbitos saludables, el trabajo en cooperación, que permite reconocer que las virtudes y las debilidades de uno, son las virtudes y las debilidades del todo. Al mismo tiempo que promueve el compañerismo, fomenta la humildad, el respeto por el otro, el reconocimiento de los límites y las aptitudes de cada uno. El jugar con otro implica establecer reglas “¿cómo jugar?”, límites “¿qué puedo hacer y qué está prohibido?” “¿qué me sale y qué no me sale?”, escuchar y negociar, redireccionar una estrategia que falla, tomar una decisión grupal y confiar en ella.
El juego permite confiar en uno mismo y en el otro, ya sea un par, un padre, un familiar o un docente, siempre que las reglas sean acordadas y respetadas por ambas partes.
¿Y qué más? El desarrollo de la imaginación y de la creatividad que nos permite ser dueños de nuestro mundo interior, además de abrirnos a la posibilidad de crear varias lecturas posibles del mundo.
El juego que desarrolla este aspecto de las personas, no es el juego prediseñado (videojuego) donde las posibilidades están delimitadas previamente por un adulto que no conoce las especificidades de la cultura del niños, sus necesidades, ni sus deseos, es el juego de la invención, el juego de transformar una botella en un barco, retazos de tela en una pelota, un árbol en una nave, una carpa en un castillo….
Las aptitudes que se desarrollan en el juego nos prepara para ser adultos saludables, empoderados de nuestro presente. ¿Por qué? El especialista Pablo Medina, fundador de La Nube, infancia y cultura plantea que “la función del juego es justamente potenciar la vida, lo social, porque eso va a dar base a lo político, para que haya una política más afectiva, más abierta, más participativa, es decir, para que haya gente que participe con sentido político de la vida; y a esto no hay que tenerle miedo, esto viene desde Platón, ¿qué es ser político? Ser político es un ser que se integra, para compartir, para convivir, para discutir la sociedad, para mejorar la sociedad , para construir, para desarrollarla. Esto sería potencialmente el significado del jugar. Te prepara para la práctica social, para la práctica de la vida política”*
*ISTLYR. Tierras y cielos. Ludotecas y juegotecas. Perspectivas y experiencias. 2013. |
